martes, 14 de junio de 2011

María Farias bailó con su familia y La Chilinga_Cuerda del Buceo

María Farías estuvo en la LLamada de Tolosa. Luego se reunió con su familia en una fiesta en Palomar. Allí bailó y compartió su arte con La Chilinga Cuerda del Buceo, y otras comparsas. Hacía más de 20 años que su hija Miriam, no la veía bailar. Fue un encuentro de mucha emoción .
29 de Mayo de 2011.

martes, 7 de junio de 2011

La presencia negroafricana en la Argentina. Pasado y permanencia

                                                             HOMENAJE A LA NEGRITUD

 Texto de : Miriam Victoria Gomes

Integrante de la Sociedad Caboverdiana; de la Cátedra Abierta de Estudios Americanistas (UBA) y de la Unión de Mujeres Afrodescendientes de la República Argentina.


 La presencia negroafricana en la República Argentina es y ha sido, históricamente, un dato insoslayable de la realidad nacional, desde sus orígenes como nación e incluso varios siglos antes.

El mecanismo a través del cual la población africana ingresó en masa en Latinoamérica fue el infamante tráfico de esclavos en las rutas del océano Atlántico. No obstante vale aclarar que hay pruebas suficientes de la presencia africana en el hemisferio occidental varias centurias antes de la llegada de Cristóbal Colón: así lo prueban los hallazgos arqueológicos y otros artefactos culturales en las regiones de Tuscla y Veracruz, en México, que datan del período Olmeca; en la región de la actual ciudad de La Plata, en la Argentina; el Darien, al norte de Brasil; en Venezuela y en Florida.

Sin embargo, la dispersión a escala masiva de poblaciones africanas enteras en las tres Américas se produjo, de manera inusitada hasta ese momento, durante el comercio de esclavos entre los siglos XV y XIX. La razón de esta vergonzante y forzada migración fue servir a las necesidades de mano de obra de los colonos europeos: hasta el siglo XIX la plantación agrícola y la minería constituyeron las bases de la economía iberoamericana y, a través de éstas, el sustento para las coronas española y portuguesa. Trabajar con sus propias manos era la última posibilidad prevista por los colonizadores para sí mismos. Éstos se volcaron a los africanos por su experiencia milenaria tanto en la minería y el trabajo artesanal con metales como en la plantación agrícola.

Por otro lado, a diferencia de los amerindios, los africanos ya habían estado expuestos a las “zonas” epidemiológicas del “Viejo Mundo”, adquiriendo inmunidad a enfermedades tropicales tales como la fiebre amarilla y la malaria, y a enfermedades comunes en Europa, como la viruela. Además, al no estar protegidos por las tradiciones legales comunes a los europeos –que se consideraban a sí mismos seres humanos pero no al resto– los africanos podían ser reducidos sin apelación moral a una disciplina brutal y sanguinaria.

 La América hispánica y portuguesa arrebató y esclavizó seres humanos principalmente de África Occidental, constituyendo las Islas de Cabo Verde el entrepuesto de tráfico más importante de aquellos siglos. Los individuos provenientes de Guinea Septentrional y Meridional eran mayoría en el Caribe y América Central; los Yoruba y los Ewe (Nigeria y Togo) en Brasil. Los angoleños y congoleños (pertenecientes a la familia étnica y lingüística Bantú) eran los grupos mayoritarios en Chile, Perú, Uruguay y Argentina.

En síntesis, alrededor de 12.000.000 de africanos desembarcaron en Latinoamérica. Buenos Aires y Montevideo se constituyeron en los puertos más importantes del Atlántico Sur y surtieron todo el interior de Sudamérica mediante puertos de transferencia en Valparaíso y Río de Janeiro. Si efectuamos el cálculo de que por cada africano que llegaba vivo a estas costas cinco perecían por inanición, diarreas, deshidratación, suicidios o castigos diversos, hallamos que el tráfico de esclavos le provocó a África, una sangría de más de 60.000.000 de personas y a Europa su extraordinaria expansión industrial y económica.
 

En el caso de la República Argentina los esclavos negros fueron utilizados en las tareas rurales, la ganadería, las labores artesanales, el trabajo doméstico. Las familias propietarias de esclavos los hacían trabajar como talabarteros, plateros, pasteleros, lavanderas, peones o maestros de música, fuera de la casa y con lo que éstos percibían se mantenía el tren de vida de la oligarquía.

Durante la gobernación de Juan Manuel de Rosas pareció verificarse un cierto auge de la comunidad negra de Buenos Aires, alcanzando alrededor de un 30% de la población total. El Gobernador asistía regularmente con su familia a los candombes negros. Ésta era una de las escasas formas culturales que les era permitido manifestar a los afroargentinos lo que revestía al mismo tiempo una manera de control, mediante la folklorización. Por otro lado, servía para soslayar la condición de esclavos, mientras que los actos de resistencia eran cruelmente castigados.

Datos del período colonial revelan lo siguiente: en el censo de 1778 se consigna que en el noroeste argentino, en la zona de Tucumán, el 42% de la población era negra; en Santiago del Estero la proporción era del 54%; en Catamarca, para esa misma época el porcentaje de la población negra era del 52%; en Salta, el 46%; en Córdoba, el 44%; en Mendoza, el 24%; en La Rioja, el 20%; en San Juan, el 16%; en Jujuy, el 13%; en San Luis, el 9%.

A lo largo del siglo XIX se verifica un decrecimiento sostenido de los africanos, hasta que hacia fines de ese mismo siglo, el ingreso masivo de la inmigración blanca europea hará bajar drásticamente, en términos relativos, la proporción de población negra e india en todo el país. Así, en los documentos oficiales la gama de la población anteriormente denominada negra, parda, morena, “de color”, pasó a determinarse como “trigueña”, vocablo ambiguo que puede aplicarse a diferentes grupos étnicos o a ninguno. El período que va de 1838 a 1887 es crucial en este proceso que nosotros definimos como de “desaparición artificial”, ya que para fines de 1887 el porcentaje oficial de negros es de 1,8%. A partir de ese período ya no se informa sobre este dato en los censos.

Es sumamente importante señalar que, si bien la disminución de la población negra es un hecho real y obedece a múltiples causas, no es legítimo hablar de “desaparición de los negros” como lo vienen haciendo las clases dirigentes y la sociedad argentina en general desde fines del siglo pasado y durante el presente. Ya en 1845, en su libro “Conflictos y armonías de las razas en América”, Domingo F. Sarmiento se apresuraba a festejar el “bajísimo” número de miembros de este grupo en la Argentina. Esta tendencia se patentiza y se asume como misión de Estado con la Generación del 80 (integrada por Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, entre otros): la idea era la de “blanquear” a la población como requisito para el desarrollo y el progreso del territorio, recurriendo al fomento, desde la Constitución, de la población blanca y europea, a la restricción de la inmigración africana o asiática y además a la negación de la propia realidad negra dentro del país. 
 
 Contribuciones de los descendientes de africanos

El hombre negro participó en todas las acciones bélicas de la Argentina: llegó a ellas ya sea compulsivamente por la “Ley de rescate”, ya sea por la promesa de la libertad si prestaba cinco años de servicio militar. Su incorporación fue paulatina, en tropas regulares o irregulares, pero siempre ocupando los puestos más peligrosos en el campo de batalla, desempeñando las tareas más desagradables en el mantenimiento y sufriendo a menudo la humillación y el escarnio por su condición de esclavizado. En 1801 se reglamentan las formaciones milicianas con negros, a las que se denomina Compañías de Granaderos de Pardos y Morenos. Cuando en 1806 se produce la primera Invasión Inglesa a Buenos Aires encontramos la participación del negro en la defensa de la ciudad.

Cuando San Martín regresó de España para servir a su patria, en 1812, su primera misión fue la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo. A fines de ese año, se hizo cargo del Ejército del Norte: sus tropas se componían de 1.200 hombres, de los cuales 800 eran negros libertos, es decir, esclavos rescatados por el Estado para el servicio de las armas.

La frase de San Martín, luego de recorrer el campo de batalla de Chacabuco  –“¡Pobres negros!”– da cuenta de los innumerables cadáveres de quienes habían pertenecido al Batallón 8 compuesto por los libertos “rescatados” de Cuyo.

La muerte masiva de africanos y afroamericanos reclutados para el Ejército de Los Andes fue un hecho reiterado durante la campaña de Chile, Perú y Ecuador, entre 1816 y 1823: de los 2500 soldados negros que iniciaron el cruce de Los Andes fueron repatriados con vida 143.

Pasada la gesta de la campaña libertadora, se continuó con la costumbre de complementar regimientos de blancos con regimientos de negros, aunque siempre separados de los blancos e incorporados a cuerpos de negros ya existentes.

Los sobrevivientes de la Guerra de la Independencia –y otras tantas– no fueron dejados libres a pesar de la promesa de libertad si cumplían cuatro años de servicio militar.

Casi inmediatamente integraron filas en la guerra contra Brasil (1825 a 1828). Los sobrevivientes fueron absorbidos por las guerras civiles entre unitarios y federales. El Brigadier General y Gobernador de Buenos Aires, Don Juan Manuel de Rosas los convocó para formar el Batallón Provincial y el Batallón Restaurador. Años después, las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón los tuvieron enfrentados en uno y otro bando.

Con el fin de la Guerra de la Triple Alianza, contra Paraguay (1865-1870), pareció concluir el calvario del hombre negro en las Fuerzas Armadas. Años después, con la nación ya pacificada, era una situación común encontrar en las calles de Buenos Aires o de otras ciudades del país a los negros viejos, antiguos combatientes, pidiendo limosna para sobrevivir. Muchos de ellos presentaban miembros mutilados, cicatrices o graves impedimentos locomotrices. Sus mujeres, nuestras mujeres negras, vendían mazamorra, pan casero o pasteles; eran también lavanderas.

Las nuevas corrientes migratorias, de origen europeo, propiciadas por la Constitución y estimuladas por el Estado, desplazaron lentamente a nuestros negros, quienes fueron replegándose hacia áreas alejadas de los grandes centros urbanos, olvidados por la sociedad a la que habían contribuido a formar. Si el hecho de haber participado en las confrontaciones bélicas provocó un gran decrecimiento de la población afroargentina y si a principios de este siglo se veían muy pocos integrantes de ésta en los centros urbanos, no es lícito hablar de “desaparición de los negros en la Argentina”, como lo hacen muchos propagadores de ideas, de manera superficial y sin rigor científico.

A pesar de tanta adversidad, los africanos dejaron una indeleble impronta en todos los aspectos y estamentos de la sociedad argentina. Estuvieron en el origen de formas artísticas populares como la payada (recordar al talentosísimo Gabino Ezeiza), el tango, la milonga y la chacarera. Aportaron infinidad de palabras al castellano del Río de la Plata, enriqueciéndolo: bombo, batuque, bujía, conga, cafúa (lunfardo), candombe, dengue, malambo, mandinga, mucama, tarimba o tarima, etc.

En la época de la Colonia, actúan frecuentemente en el teatro y en el circo. Fueron además destacados pianistas como el maestro Navarro y grandes compositores como Rosendo Mendizábal, autor del tango “El entrerriano”. Horacio Mendizábal, poeta del período romántico y reivindicador de los derechos de su comunidad. Los nombres son muchísimos.

En otros aspectos de la cultura popular como la culinaria, encontramos la incorporación de las achuras y el mondongo a la alimentación, la mazamorra, el locro, etc.

En la religiosidad, la veneración de San Baltasar y San Benito.

La Nación Argentina se debe a sí misma una revisión profunda y honesta de su historia y un análisis rigurosamente crítico de los fundamentos ideológicos que dieron forma a su idea del “país deseado”.

La Nación Argentina debe también una reparación histórica, moral, social y económica a todos aquellos negros y a los millares de descendientes de aquéllos. 



  

lunes, 6 de junio de 2011

El Carnaval uruguayo es el acto político más largo del mundo

Texto de Gonzalo Abella
 En tiempos que gobernaba la otra derecha le preguntaron al senador oficialista Millor si le gustaba el Carnaval. Contestó con desagrado: “El carnaval uruguayo es el acto político más largo del mundo”.
Tenía razón.
¿De dónde viene el Carnaval? ¿Y desde cuándo tiene que ver con la política?
Según el calendario oficial cristiano, el Carnaval, Carne Valetum, es la última semana en la que se puede comer carne roja antes del ayuno de Cuaresma (los 40 días previos a la muerte de Jesús). Pero como muchas otras cosas que adulteró el Vaticano, su origen verdadero es muy anterior.
Retrocedamos dos mil años. El calendario agrícola tuvo mucho que ver con el Carnaval originario.
En realidad el ciclo agrícola de todos los pueblos que no viven en el Ecuador (o sea, de todos los pueblos que tradicionalmente sufren el cambio de las estaciones) tiene que ver con innumerables tradiciones. Para este tema nos interesan los pueblos del hemisferio Norte, que conforman nuestra raíz inmigrante.
En Octubre los pueblos del Hemisferio Norte festejaban el tiempo de la cosecha que les permitiría sobrevivir en los duros meses del invierno que se aproximaba. Ese es el origen de Halloween y del Thanks given Day, como agradecimiento a los espíritus protectores.
A fines de Diciembre el Sol moribundo, que en su debilidad se había asomado cada día menos tiempo, se acostaba a dormir por última vez y después de la noche del solsticio de invierno amanecía el nuevo Sol niño, que iba a crecer un poco más cada día en la futura primavera. Por eso la Iglesia puso a Jesús a nacer a fines de Diciembre, copiando al Sol de los paganos.
Después del solsticio de invierno, y debido a esa inercia que tenía el clima cuando funcionaba bien, llegaba lo más crudo del invierno. Entonces el Abuelo de las Nievas de Siberia, el Papá Noel, o Santa Claus de los celtas y los anglosajones, llegaba en trineo, danzaba en el fuego encendido en la chimenea con su rojo vestido flameante. Era el tiempo de abrir los regalos que se habían guardado para esos tiempos de encierro y reclusión. El espíritu se despedía finalmente en un árbol que se iluminaba por su presencia.
A fines de febrero, pasado lo peor del invierno, se profetizaba el resurgimiento primaveral de la vida y el tiempo de la cópula fecundante. Por ello en las tierras celtas renacía el duende Puck, entre las coníferas siberianas empezaba a verse una doncella desnuda en busca de amor, y, entre los pueblos grecolatinos, las saturnales, las fiestas al espíritu del vino (Baco) y al dios transgresor y bufonesco (Momo) eran sensuales y muchas veces incontrolables.
Esta época  del año promovía fiestas colectivas que estaban marcadas con el sello de lo sagrado. La búsqueda de contacto con lo sagrado no se daba sólo en los retiros espirituales y en la danza y la oración: también los estados alterados de conciencia mediante alucinógenos y hasta el orgasmo sexual eran formas de alcanzar el contacto con lo trascendente, con los dioses.
Digamos de paso que nunca hubo drogadicción en la Humanidad mientras el alucinógeno ritual era controlado y dosificado por la comunidad, y no por el mercado.
¿Cuándo comienza la manipulación y luego la represión de estas tradiciones paganas? Cuando empieza la opresión social y se expande la esclavitud por Occidente.
Cuando el pueblo hebreo del Éxodo dejó de ser un pueblo oprimido para ser conducido como horda invasora, sus líderes satanizaron a Baal, derribaron los templos paganos, inventaron una imagen intolerante del Dios “del pueblo elegido” como Dios de los Ejércitos, quemaron los sencillos altares de las lomas y lapidaron a las sacerdotisas que muchas veces eran pitonisas y otras expertas en el amor carnal y vehículo al encuentro con lo trascendente. La intolerancia judía se suavizó después por la obra de Jesús pero recrudeció en el Cristianismo escolástico medieval, con la quema de brujas y luego con la Inquisición. Las iglesias protestantes también quemaron brujas y librepensadores.
Fundamentalmente la religión, servidora del Poder, debía satanizar la sexualidad femenina libre, porque, si no se controlaba totalmente a la mujer del señor feudal, había riesgo de que la herencia cayera en las manos inapropiadas de hijos bastardos.
Poco a poco la Iglesia de Roma advirtió lo que el Imperio Romano supo mucho antes: que la mejor forma de enfrentar la resistencia cultural de los pueblos era absorber las antiguas creencias y manipularlas Por eso el Carne Valetum permitía ciertos excesos dentro de límites tolerables, porque después llegaban los cuarenta días de penitencia y perdón hasta el Viernes Santo, cuando el Cordero del sacrificio, que había bebido el cáliz de todos los pecados ajenos, era inmolado en la Cruz y por Él llegaba el perdón para los hombres.
En Venecia siglo XVII el Carnaval así planificado llegó a su expresión más madura. Las clases dominantes permitían una válvula de escape a la protesta popular, pero se daban también a sí mismas una válvula de escape a sus propias auto - represiones. Las máscaras que usaba la nobleza veneciana fueron verdaderas obras de arte, no menos que los disfraces que ocultaban su búsqueda de placeres alquilados en los días de las carnestoendas, del carnevaletum. Pero el objetivo político principal era dar al pueblo unos días de libre expresión, hasta para la transgresión sexual y la sátira política sin censura contra los opresores. Claro que “a felicidades do povo, a grande ilusâo do Carnaval” se acaba el miércoles, como advirtió alguna vez Vinicius de Moraes, porque como aclara en la misma canción, para el pueblo “tristeza nâo tem fim, felicidade sim”.
En la América española los pueblos oprimidos hicieron buen uso del carnaval. Las máscaras ancestrales, los trajes y los bailes también eran coreografías para la resistencia cultural. Los afroamericanos fueron maestros del enmascaramiento carnavalero de sus tradiciones y hasta de sus prácticas religiosas. Todo el sincretismo religioso de los nuevos pueblos mestizos encontró alguna expresión en Carnaval. El samba carioca, el afoxé bahiano, el maracatú de baque virado de Pernambuco nos hablan, si sabemos oír, de las luchas ancestrales y el mestizaje fraterno de los pueblos.
Hay una vieja zamba argentina cuyo estribillo dice
Pero cuidate, sanlorenceña
Que el duende del manantial
Sale a probar fortuna, bajo la Luna
Pal carnaval.
Si la muy católica dictadura argentina de los 70 hubiera entendido la letra, esta zamba hubiera quedado proscripta, al menos en los coros de los colegios de monjas.
En el interior uruguayo los bailes del carnaval fueron pretexto para rondas de payadores y acordionistas tradicionales. Cantaba Marcos Velázquez en Salto
Y si llega en Carnaval
Lo hallará sobre un camión
Dándole duro a las teclas
Aquilino y su acordeón
La murga uruguaya es un caso particular. Nace de la fascinación de los estudiantes adinerados de Montevideo ante la presencia de la “amurga” gaditana. Los muchachos de Cádiz traían un canto a capella con antiguas melodías campesinas a las que se les insertaban letras satíricas y picarescas que escandalizaban a sus padres burgueses.
A la parodia de la amurga los montevideanos pasaron a llamarle “murga”. En Buenos Aires se dio el mismo fenómeno en forma simultánea y sería bastante tonto buscar paternidades sobre fenómenos culturales que rebasan las fronteras artificiales del poder.
Cuando a los alegres muchachos de la burguesia montevideana, cultores de la murga, allá por los veinte, se les ocurrió solicitar al Cuartel los instrumentos de percusión de la banda militar (bombo, platillo y redoblante) los soldados afrodescendientes les metieron una síncopa africana que los hizo gesticular y moverse de forma diferente.
Si la murga porteña se mueve según la bufonesca medieval, la murga oriental es mucho más afro.
En tiempos de dictadura el canto popular, que migraba de su temática rural de origen a una temática más obrera y urbana, encontró en la murga carnavalera una corajuda expresión de arte proletario.
Hoy las murgas evolucionan en su forma y vacían sus contenidos, pero volverán a su rebeldía de origen. Momo vencerá a Ana Olivera y su corte. Es cuestión de tiempo, de tiempito. 

Desde Montevideo
Con una serpentina de obsequio
Gonzalo Abella - 26/2/2011
 
   





Memoria de una hija de Oshun en Embajada venezolana en Uruguay

21 de febrero de 2011. Con el título de "La voz de la Mujer Afro" se celebró en el Centro Cultural Simón Bolívar de Montevideo una jornada de Cultura africana-uruguaya. Se proyectó el documental: Memoria de una Hija de Oshun, de la realizadora María Torrellas. María Farías, la protagonista, asistió al evento y al final bailó junto a su alumna, también protagonista de la filmación, Cristina Ibarra.
En el debate posterior habló el historiador uruguayo Gonzalo Abella de la necesidad de un Bicentenario de los y las de abajo, incidiendo en el aporte de afrodescendientes.
A continuación el Coro de mujeres Af rogama, cantó y llenó de emoción el auditorio.
Además de cantos, tambores, reflexiones y danzas se pudo brindar con jugos de frutas en honor a la Diosa Oshun.
                                 José Jesús Gómez, agregado cultural de la Embajada de Venezuela

          María Farías y Julio Chirino, embajador de la República Bolivariana de Venezuela en Montevideo

                                   María Torrellas, realizadora de Memoria de una Hija de Oshun





                                                    Gonzalo Abella, historiador uruguayo


                                                                   Coro Afrogama


                                              Chabela Ramírez, directora del Coro Afrogama






                                                      Cristina Ibarra y María Farías


                                                  Andrés y el Taller de Cuerda del Buceo



                                                      Actuación del Coro Afrogama: 1ª parte

                                                                 Coro Afrogama 2ª parte

                                                María Farías y Cristina Ibarra bailan al final del evento

lunes, 28 de marzo de 2011

Estreno de Memoria de una Hija de Oshun en Bilbao

Candombe, el grito del pueblo afro que lucha por su visibilidad

«Memoria de una hija de Oshun» es el documental dirigido por María Torrellas en el que pretende rendir homenaje a todos aquellos descendientes de esclavos africanos que, a día de hoy, siguen luchando por su visibilidad y contra el racismo, tanto en Latinoamérica como en el resto del mundo.

Ane ARRUTI
El candombe es mucho más que un baile o el tun-tun de unos tambores. Su nombre viene de «ka», fuerza que da vida, energía que protege; y de «ndongue», Tierra Negra, vida, resurrección, fertilidad. Es un grito ancestral con el que los descendientes de aquellas personas que fueron sometidas a la esclavitud mantienen viva su cultura y el lazo con sus raíces africanas. La documentalista de Resumen Latinoamericano María Torrellas, junto a Juan Cerizola en el plano artístico y Carlos Aznárez en la producción, ha recogido esta tradición en «Memoria de una hija de Oshun», un documental que tiene como protagonista a María Frías, bailarina uruguaya de 72 años que sufrió la esclavitud en pleno siglo XX. Oshun es la Orisha de las aguas dulces, y es a ella a quien invoca Frías.
Es tan sólo un ejemplo de una realidad totalmente invisibilizada en Río de la Plata (Uruguay) y, en general, en la mayoría de los países latinoamericanos. Torrellas, quien nació en Asturias pero vivió durante muchos años en Euskal Herria, estuvo tres años viviendo en Uruguay, y allí empezó a conocer el candombe. «Está muy extendido en cada barrio, cada uno tiene sus comparsas, y en el mío estaba la comparsa de María -nos cuenta Torrellas en su visita a Euskal Herria-. Nada más ver a María bailar, me quedé impresionada, porque es como una diosa, como un ser mágico. Me acerqué a ella poco a poco y, cuando conocí su historia, creó tal impacto en mí que imaginé como sería la película, y dije, hay que contarla». La bailarina accedió, y en el documental relata su estremecedora historia; cómo fue entregada a una señora que no le dejó estudiar, que la obligó a realizar tareas domésticas y la maltrató constantemente.
«Aunque la esclavitud se aboliera como ley, se mantuvo la costumbre de tener a las personas como esclavas. Como dice María, era un monito. La ponían a bailar para la gente rica, la oligarquía de Montevideo. En realidad, era de la propiedad de la señora que la maltrataba. La frase es terrible: `¿Me das un negrito?', le pide la señora a la madre, y ésta le entrega a la hija (María Frías), creyendo que tendría una mejor vida de la que le iba a dar ella», cuenta Torrellas. Pero Frías se reveló, y consiguió huir de aquel infierno.
Desde entonces, el único deseo de la bailarina es «convertir todo eso que han sufrido en solidaridad -explica Torrellas-. Inculcar a sus hijos e hijas que hay que cambiar este mundo. María, cuando baila, quiere dar el amor que ella siente. Y es cierto. Estar con ella, te da una energía buena, positiva; es impresionante».
«El candombe es para compartir, no para competir», destaca una de las participantes en el documental. Y es que la Unesco declaró este ritual como patrimonio cultural de la humanidad -«pero las personas que practican el candombe se mueren de hambre», dice Torrellas- y las autoridades uruguayas están comerciando con él. «El capitalismo se apropia de todo lo que es cultura, y lo convierte en comercio. Es algo patético. En las calles afrodescendientes, donde vivían los afro porque los echaron a todos, en esa calle emblemática, tienen que pagar cantidades enormes para ver su cultura. Organizan concursos y la gente se ve abocada a gastarse dinero en trajes. Lo que pretende contar la película es que precisamente ese arte es un arte que viene de la religión, que viene de la resistencia. Ellos salían con los tambores para juntarse a recordar su cultura, su religión, a vivir momentos de libertad».
La película, que termina con el himno africano cantado por la mítica militante africana Miriam Makeba (1932-2008) en un concierto contra el apartheid, propone el socialismo como única solución al problema del racismo. «El racismo está basado en la explotación de unos hombres a otros. Y, mientras haya esa explotación, cuando el capitalismo necesita que los trabajos peores los hagan toda una comunidad que está demonizada, el racismo seguirá. Solamente el socialismo lo cambiaría. Por eso hago yo un llamamiento, un guiño a Cuba, y pongo la imagen de Fidel con Mandela».



En estos días se programará la película, en Bilbao el 12 de enero, en el Centro Cultural La Bolsa. En esta ocasión la bailarina Magdalena Milano, originaria de Venezuela, bailará en honor a María Farías. Vive desde hace más de 20 años en Vitoria-Gazteiz dando clases de afrocancombe y considera que la película cuenta la realidad de las mujeres afrodescendientes en el Continente. Después de la película  y la danza habrá debate sobre la situación de las afrodescendientes en Euskal Herria. El documental ha sido premiado en el Festival Internacional de Documentales Santiago Alvarez in Memoriam, Cuba 2010. También ha recibido en Valparaíso, Chile, en el Festival de cine de los Pueblos Originarios del Mundo, el premio por el rubro afrodescendientes.

El documental tambien se mostrará, con posterior debate en Sopela, el 14 de enero.